Con mis hijos, nada es suficiente

Cómo disfrutar más de nuestros hijos

Recientemente vi una película llamada «Bad Moms» y, aunque es una comedia, tiene un contenido bastante profundo en relación a esa vivencia de la maternidad que pareciera nos acompaña a todas, sin importar en qué lugar del mundo nos encontremos: el sentimiento de culpa y la sensación que nada es suficiente.

La maternidad es para muchas mujeres un deseo, consciente o no, que una vez hecho realidad, pocas veces se parece a lo que habían imaginado, generando emociones intensas que con frecuencia impiden disfrutar los logros propios y los de los hijos y sobrellevar las imperfecciones (leer también La maternidad está llena de emoción). Las razones son diversas, pero hoy quisiera compartir tres de ellas.

A medida que crecemos, vamos construyendo nuestra propia idea de ser madres y lo hacemos sobre la base de nuestra experiencia como hijas, idealizando los mejores momentos, pero también amplificando los miedos. Con frecuencia escucho mujeres en consulta decir: «no quiero ser como mi mamá que me obligó a tocar el violín» o «mi mamá es el mejor ejemplo» o bien «mi mamá nos pegaba y todos somos profesionales exitosos«. Cada vivencia ha dejado una huella que formará parte de nuestro ideal de la maternidad y con cada experiencia con nuestros hijos se activa esa huella de la madre que esperamos ser, pero cuando esa imagen no se parece a lo que está ocurriendo en la realidad, sobreviene la culpa y automáticamente nos sentimos «malas madres».

Los eventos inesperados también pueden influir. Una condición médica particular, una mudanza, dificultad para regresar al trabajo o cualquier otra situación que no habíamos contemplado nos recuerda que no podemos controlarlo todo y aparece el sentimiento de culpa y frustración.

Otro factor que juega un rol importante es la presión social, que puede venir, por una parte, de amigos y familiares, cada vez que nos hacen saber con un gesto, una mirada y hasta en palabras directas, que desaprueban nuestras decisiones; o bien, de la publicidad y los medios, que nos muestran rostros felices de madres e hijos mientras comen, se bañan o juegan en el parque y que no se parecen en nada a nuestra vida cotidiana.

No existe una fórmula única para lidiar con estas emociones, ya que dependen en gran medida de las vivencias individuales, pero lo que definitivamente sí ayuda es mantenernos atentas para darle el justo valor que tienen, en nuestras frustraciones y tristezas, las expectativas de madre ideal, nuestros propios deseos y los hechos reales.

Un ejercicio que ayuda es que por cada experiencia que nos genere culpa (ver las uñas largas de nuestro hijo justo cuando va saliendo al colegio, no haber amamantado a nuestro bebé como esperábamos  o que nuestra hija prefiera lo que trae su amiga en la lonchera ), inmediatamente recordemos un logro con nuestros hijos o un momento agradable: cuando jugamos a los piratas y reímos a carcajadas, la noche que lo acompañé por tuvo pesadillas o cuánto disfruta nuestra hija cuando vemos un programa juntas.

De esta forma, podremos disfrutar cada uno de nuestros logros sin que nos invada la culpa por lo que dejamos de hacer y mirar nuestros errores con mayor tranquilidad, darle el justo valor a cada uno de nuestros gestos y  aceptar que somos madres «de carne y hueso».